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El arte de contar historias es una habilidad al alcance de todos

Contar historias es una forma de vincularnos con el mundo. Basta con recordar, observar, escuchar con atención y atreverte a compartir lo vivido.

Contar historias es algo que todos sabemos hacer, incluso sin darnos cuenta. Lo hacemos cuando compartimos una anécdota, cuando explicamos una situación complicada o cuando intentamos emocionar a alguien con un recuerdo. Las historias viven en nosotros y podemos usarlas para hacer reír, enseñar o simplemente conectar.

Yo lo entendí desde niño gracias a mi abuela, una narradora innata que, sin libros ni técnicas, llenaba mi mundo de cuentos, anécdotas y leyendas. Mucho antes de que el término storytelling (arte de narrar historias) se volviera tendencia en el mundo de la mercadotecnia, ella ya me había mostrado la verdadera fuerza de contar historias.

Una vez me contó cómo, cuando era niña, su hermana se escondió por horas en un campo de trigo para no ir a la escuela. Otra tarde me habló de un hombre que, según ella, podía predecir la lluvia con solo mirar el cielo. Mi abuela no tenía títulos en literatura, ni formación en mercadotecnia —ni falta que le hacía—. Lo que sí tenía era la certeza ancestral de que las historias conmueven. Y por eso las contaba.

Ahora, desde mi experiencia profesional, comprendo que ese mismo efecto que mi abuela lograba con naturalidad —el de captar la atención y despertar emociones— es el que mueve a la mercadotecnia moderna. Además, he comprendido que la narración de historias no es un recurso exclusivo de las grandes marcas ni un privilegio reservado a publicistas, mercadólogos o escritores. ¡Es de todos!

Contar historias es un acto tan antiguo como el lenguaje

Aunque se percibe como una técnica refinada para construir marcas o impulsar ventas, el storytelling es un acto tan antiguo como el lenguaje mismo, así como una habilidad profundamente humana que todos llevamos dentro. Lo que ha cambiado —y ahí está la verdadera novedad— es que hoy las marcas y los medios de comunicación han aprendido a reconocer su valor, lo que ha hecho que las historias también vivan en pódcasts, en hilos de la red social X, en anuncios o videos que, en apenas 30 segundos, intentan tocarnos el alma.

Por naturaleza, todos somos narradores; contamos y escuchamos historias en nuestra cotidianidad. ¿Acaso nunca contaste una anécdota para romper el hielo en una reunión? ¿No exageraste un poco el relato de una caída solo para provocar una risa? ¿O no recurriste a una historia personal —propia o ajena— para consolar a alguien que lo necesitaba? Eso también es storytelling. Y cuando decides contar algo con conciencia y propósito, esa narración, por sencilla que parezca, puede generar cierto impacto.

Las historias tienen ese poder porque están entrelazadas con nuestra biología; forman parte de la manera más esencial en que los seres humanos aprendemos, nos conectamos y recordamos. Apelan a algo profundo que permanece intacto desde la infancia, es decir, nuestra necesidad de entender el mundo a través de los relatos. Cuando alguien nos dice “te voy a contar algo”, se activa algo instintivo en nuestro cerebro que nos invita a escuchar con los oídos, pero también con el corazón y la memoria.

Con tantas distracciones en el mundo, es fácil olvidar o no ser conscientes de que tenemos la habilidad de contar historias. Y que esa historia, por sencilla que parezca, puede adquirir una intención concreta, como emocionar, enseñar, inspirar o convencer.

Las historias encierran historias universales

Quizá —como mi abuela— tu tengas una historia que contar; tal vez una que hable sobre la resiliencia frente a la adversidad, el valor de la honestidad incluso en los momentos difíciles, o la paciencia infinita que sostiene los cambios más grandes. Son historias que hablan de lo cotidiano, pero que encierran verdades universales.

Una madre que cuenta a sus hijos cómo aprendió a manejar el miedo cuando era niña les da más que un relato, les deja una herramienta emocional. Un profesor que comparte con sus alumnos cómo fracasó en su primer intento universitario puede enseñar que el error también construye. Una emprendedora que relata en redes sociales cómo surgió su negocio vendiendo desde su cocina puede inspirar a quienes aún no se atreven a comenzar. Un líder de equipo que abre una reunión contando cómo superó un momento difícil conecta desde la autenticidad, no desde el cargo.

Lo que has vivido, lo que guardas en tu memoria, puede ser mucho más que un recuerdo personal, puede convertirse en una fuente de inspiración.

Contar historias es una forma de ser, de estar y de vincularnos con el mundo. No necesitas escenarios ni guiones complejos para empezar. Basta con recordar, observar, escuchar con atención y atreverte a compartir desde lo vivido. Tal vez no lo sepas aún, pero alguien allá afuera necesita justo esa historia que tú llevas dentro. Y si decides contarla con intención —como lo hacía mi abuela— descubrirás que el poder de emocionar y de dejar huella también está en ti.

Este contenido apareció por primera vez en Newsweek en Español.

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